16 junio, 2011

hoy duermen en casa

La historia de un desahucio cualquiera, junio de 2011...

Para ir desde la Plaza España en busca de la calle Ferrerias he pasado por delante del comedor social. Por supuesto que sabía que existía ese comedor social, pero nunca hasta esta mañana lo había visto abierto. Así que he visto, larga sobre la acera, la cola de gente aguardando turno y ha pasado junto a mí una señora con un paquete galletas en la mano y en una bolsa, lo que parecía un bocadillo y una fruta. Me he estremecido porque, su aspecto no era el de una indigente. Modestamente bien arreglada. Podría ser mi madre.

La calle Ferrerias está junto a la Puerta San Antonio y por descontado también sabía el tipo de ambiente que se mueve (lamentablemente) por la zona durante la noche, pero tampoco hasta hoy lo había visto de día. He atravesado la calle. Entre seis, ocho putas de todos los colores y el nudo en el estómago se me ha hecho un poco más grande. He recordado la calle Desengaño, en Madrid donde pasaba por las mañanas para ir a trabajar y a pesar del frío de las ocho de la mañana en enero ya veías a las mujeres congregadas con muy poca ropa repartidas por las esquinas hablando a los hombres que en sus coches, se dirigían como yo a sus trabajos, ofreciéndoles servicios rápidos.

Sin embargo no era por ellas, por protegerlas de los proxenetas, que estaba la calle cortada de lado a lado por policías y furgones. No. Era para encargarse de que se cumpliera una orden de desahucio contra "María" (hemos decidido llamarla así) y contra (solo puedo poner "contra") su hija de ocho años. Me ha costado contener las lágrimas. Viven desde hace seis años en una vivienda de protección oficial, pero hace año y medio vio fracasar su proyecto como autónoma y no tuvo derecho a paro ni ningún tipo de ayuda. Me ha contado que en diciembre decidió desenchufar la nevera porque no había nada dentro. Ahora trabaja dos días por semana con un contrato mercantil que no le da derecho a nada, en el que cobra exactamente lo mismo que le cuesta el alquiler: 350 euros. Ha acudido a asistentes sociales, abogados, ha solicitado por escrito en numerosas ocasiones una reducción del alquiler porque no puede pagarlo. Sin embargo, desde el cuarto mes sin pagar, la única respuesta obtenida fue una orden de desahucio que hoy se ejecutaba. No quería, como tantos miles de personas que han perdido todo, pasar además por la vergüenza de mostrar que la echan a la calle, pero después de hablar con unos amigos de Acampada Palma, se decidió a hacerlo para poder ser un ejemplo para el resto (se esperan cinco mil ejecuciones de desahucio solo en Palma los próximos meses). Quizá la vergüenza debieran tenerla en este caso el Ibavi y no llamar Protección Oficial a ésto. O los bancos que desahucian a los propietarios tras un largo acoso de llamadas a ellos, a sus trabajos, a sus familias con todo tipo de amenazas (siempre telefónicas porque son más difíciles de probar),  a sus vecinos (compartir código postal les da derecho de que les informen de que has de acudir al Juzgado), los tachan de morosos y después, ya en la calle, siguen sin ver saldada su deuda. Quizá deberían sentir vergüenza los gobiernos que miran a otro lado y lo consienten.

Hoy lo hemos conseguido. El recién creado Grupo por el Desahucio de Acampada Palma ha logrado convocar a cerca de un centenar de personas. Las suficientes para que hoy, por primera vez en Palma, se paralizara un desahucio que se suma a los otros dos de Madrid de ayer y de hoy. Uno de ellos, era un jubilado de setenta y cinco años enfermo crónico al que le faltaban unos meses en su vida laboral para poder tener derecho a una pensión por jubilación. Condenado en vida por su vida laboral...

Volvamos a María.  Presentarán una nueva orden, pero será en uno o tres meses, después de reiniciado el proceso. Hemos ganado un poco más de tiempo. La he abrazado y he logrado convencerla de la importancia de hablar ante la prensa. Ella no quería para proteger todo lo que pudiera a su hija, a la que ha mandado estos días con una amiga para mantenerla alejada de todo esto. Le he dicho que sería sin cámaras, que vinieran las radios, la prensa escrita y finalmente, también ha dejado acceder a las televisiones con la condición de que no la filmaran directamente. Es importante poner, sino un rostro o un nombre, una persona detrás de todo esto para que el resto de personas afectadas puedan sentirse identificadas. No podéis imaginar lo hermosa que es esta mujer. No seríais capaz de sospechar que hoy se enfrentaba a un desahucio si hubierais coincidido con ella en la calle o en la puerta de un supermercado, igual que tampoco pensaríais que la señora con el paquete de galletas ha tenido que pedirlo a beneficencia.

Algo está pasando y no podemos ser nosotros los de mirar a otro lado por más tiempo. Se puede cambiar. Los cambios pequeños, cercanos, suponen una gran ayuda para los implicados. Es una cadena maravillosa en la que todos tenemos el privilegio de participar. Hoy hemos originado un cambio en María que a su vez, sin dudarlo, lo va a originar en otras madres y padres que por un golpe de desgracia no pueden pagar el alquiler o la hipoteca.

Me he marchado de su casa (hoy de nuevo SU casa) por el mismo camino por el que había venido y entre las putas gritaba una yonqui enloquecida de no más de cuarenta kilos de peso. Me ha parecido que le protestaba a un tipo en bicicleta que pretendía favores sexuales por cuatro euros y ella escupía furiosa. La policía ya se había ido. Creo que entonces es cuando he empezado a llorar porque eran muchas emociones contenidas, pero sobre todo, lo juro... ¡de alegría! Porque, ¿sabéis que sucede esta noche? Que María y su hija duermen en casa.

desahucio Palma de Mallorca
celebrando desde el balcón
Nota: Una historia sin final feliz. Exactamente un mes después, llegó una nueva orden. La policía advirtió a María que "esta vez la iban a desahuciar sí o sí". Trajeron furgones antidisturbios y cortaron todas las calles que llegan a la casa. No permitieron que nadie se acercara. Al día siguiente, organizó un rastrillo benéfico para tratar de vender cosas; ropa y juguetes de su hija porque no tenía ningún sitio dónde ponerlos.

2 comentarios:

  1. Gracias. Sospecho que a partir de ahora, cada vez más tendremos esa sensación de cuando sales con la cara un poco blanca del cuarto de baño de un centro comercial y dices: "Acabo de cruzarme conmigo misma o... alguien muy muy parecido"

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