24 noviembre, 2011

he soñado que me estaba divorciando

He soñado que me estaba divorciando. Sí. Ése puede ser un buen resumen. 

Tacones
zapatos rojos de cienporcienguapa.com
Era yo, sin duda, pero una yo desconocida. Como... en una dimensión paralela. Estaba de repente, esperando en el umbral de un recibidor al que sabía que era mi marido-exmarido y con la certeza de estar a punto de iniciar una pelea descomunal (y no una enriquecedora discusión como os aconsejaba hace muy poco). Yo no estaba en mi cuerpo sino que me veía, sin demasiados detalles pero era obvio que descontrolada, triste, furiosa, contraatacando a aquel hombre al que no reconozco. Es más, ni siquiera sentí curiosidad por asomarme a ver qué aspecto tenía ése al que debí amar alguna vez, ¿sería guapo? ¿Tendría gesto bondadoso? De todos modos, esas cosas cambian con tanta facilidad... Dependen sin duda del cristal con que se miran. Una vez escuché una frase que me encantó: “Si quieres conocer a alguien de verdad, no te cases; divórciate de él”. Me pareció divertida y reveladora a partes iguales.

Así pues, pasé de observar a aquel tipo y me dio tanta pereza quedarme ahí, ¡aguantando una pelea de pareja, con las que he sufrido ya en mis carnes! Pero sí observé los zapatos que yo (la de mi sueño) llevaba y me parecieron poco apropiados. Pensé que un zapato de tacón le realzaría el conjunto y sobre todo; el estado de ánimo (deformación profesional de esta vida que arrastro en sueños, supongo), de modo que decidí dejarme ahí, gritando más cada vez, con mi ex sin atener a razones e ir a buscarme unos zapatos. 

Me encontré con una de esas especies de distribuidores en un pasillo lleno de puertas: “Un piso mal aprovechado” pensé, poniéndome a caldo una vez más, pero ¡lo juro! De modo constructivo, con cariño... Además, la luz artificial amarillenta me pareció una causa más que justificada para que un matrimonio se vaya al traste. No tenía intención de fisgar. Es más; ni siquiera sentía especial curiosidad por ver cómo sería “mi” casa; por mirar fotos o revolver cajones. Yo buscaba unos zapatos de tacón, del estilo de unos que tengo en esta dimensión que comparto con vosotros: con una cuña fina, muy cómoda pero tremendamente sexy. Lo poco que vi en el trayecto eran “cosas”. Muchas, demasiadas cosas de esas que se apoderan de nosotros y nuestras casas si las dejamos. Algunas son recuerdos reales (e importantes) de lugares en los que hemos estado, pero otras son imitaciones o versiones muy muy baratas y que no tienen ninguna razón de ser. Después están todas esas otras cosas que alguien te regala y que por ese simple motivo, mantienes y limpias el polvo una y otra vez. Algunas monas, puede ser, pero la mayoría... cuánto menos, totalmente prescindibles. Así que cosas y una luz amarillenta me parecían motivo de divorcio, claro que sí y mientras, descubrí una luz encendida tras una puerta entreabierta. Pensé que podía ser mi cuarto de modo que entré en busca de zapatos. Aún no tenía muy clara una estrategia; los sueños son así, pero, soy tan práctica que probablemente me habría plantado entre mi ex y yo, marcando una T con las manos como cuando piden tiempo en el basket y habría dicho algo del tipo “Un momento, un momento... Tú, cámbiate de zapatos y tú, cálmate un poco. Hay otras formas (además mejores) de hablar las cosas, ¿es qué nadie lee mi blog?” (que es una frase que de broma soltamos con cariño mis allegados y yo. 

Entré y era mi cuarto pero también el de un bebé de cerca de un año. Jugaba con sus pies en una cuna revuelta entre los gritos más que cercanos de sus padres. “Tengo un bebé” pensé sin demasiado entusiasmo (no se me había pasado por la cabeza la posibilidad) “Y compartimos cuarto.” Otro error que sumado a los anteriores ya puede leerse en los titulares de periódicos como “Muerte de un matrimonio anunciada”. 

Mi bebé además, apestaba. “Qué pereza” pensé de nuevo (por lo que doy oficialmente zanjadas las dudas que me acompañan intermitentemente desde hace cinco, seis años, de si reabrir la fábrica) y confiando en esa lógica universal que mueve a las madres del mundo; incluyendo a aquellas víctimas del estrés por divorcio, sabiendo que el kit-pañales no andaría muy lejos, hice lo que me tocaba como madre de un bebé aunque fuera en sueños. 

La criatura no se extrañó nada de que la tocara y hasta colaboró en el proceso; abría y levantaba las piernas para que le quitara el pijama. “Qué curioso, pensé. No soy desconocida ¿cuánto soy su madre?”. Aún un imprevisto al quitarle el pañal, además del pastel, claro... y que iba tan regado de pipí que llevaba horas sin cambiarse: mi bebé era una niña “¡Qué pereza!” Pensé de nuevo y es que, en mi vasta experiencia puedo afirmar la ley (que no teoría), que las niñas dan mucho más trabajo para limpiarlas; en ocasiones te sientes cirujano de lo que escarbas sacando restos de heces y por inri, se irritan mucho más. Pobres, si ya empezamos esta vida con dos puntos menos... No, no, en serio, claro que lo haría si lo tuviera que hacer, pero ¡qué pereza, qué pereza! La limpie y pensé. “Si cambias el pañal con amor, si vistes con amor, si preparas un biberón con amor. Los niños reciben amor” y puse toda mi energía concentrada en untar pomada, vestir y acariciar aquel bebé víctima del desamor, del odio del que ahora mismo, también eran víctimas sus padres. No dijo ni mu y se quedo tranquilita limpia en su cuna. Me pareció que a esas horas ya debiera estar dormida. 

De repente los zapatos me dieron igual. Ya espabilaría yo en aquella vida si quería. De hecho, si estaba así no era culpa de mis pies, mis bombillas o los adornos de mi casa, sino mía porque era la responsable última de cada una de esas cosas. 

El bebé ya no estaba en la cuna. Solita había bajado y se había marchado con lo que esperaba que sus papás darían por zanjada la pelea y se ocuparían de lo importante. Yo también decidí irme, “¡qué pereza de vida!” Fue mi último pensamiento y... me fui. Fue tan sencillo como despertarme por decisión propia. Me desperté. Ya no estaba allí sino en lo que me pareció, aún más, mi maravillosa cama, en mi maravillosa y llena de buena energía casa. 

Y, ¿sabéis lo primero que pensé? “Yo me he despertado pero... ¡cuánta gente seguirá dormida!”


Entradas relacionadas:

No hay comentarios:

Publicar un comentario

y tú, ¿qué opinas?