No me gusta el fútbol. O quizá, debería decir que no me gusta porque no lo entiendo o quizá, es que no lo entiendo porque no me gusta. Tampoco es que me disguste especialmente. No. Más bien es que, para mí, no se justifica lo que mueve y agita este deporte de sofá (excepto para veintidós personas que corren en pantalón corto en la tele) en comparación a muchos otros. Debo tener prejuicios de aquellas veces en que oyes como gobiernos han promocionado este deporte para tener a los ciudadanos de a pie entretenidos y así mientras no molestan con las crisis propias de cada lugar. Deben dolerme los salarios de chiste de lo desproporcionados que injustamente cobran unos por un trabajo no muy distinto a otros. No entiendo que el equipo que representa a una ciudad esté formado por jugadores comprados a otras ciudades, de otros países, de otros continentes que no saben nada de la ciudad que representan y que en uno o dos años se irán a otra distinta, cualquiera, por más dinero.