23 septiembre, 2012

un taxista en la campiña de Southampton


Por las mañanas, los taxistas en Southampton son británicos. En cambio al caer la noche, son británicos también, pero hindis. No les guardo ningún rencor, pero por culpa de sus compatriotas olvidé bastante el idioma y cada vez que me encuentro frente a frente con uno y me habla con esos ojos de incredulidad, no importa que lleve 50 años en Europa, sé que aunque diga que sí (que no es nuestro “sí” con la cabeza, sino otro y el “no” también es otro gesto distinto, lo que nos vuelve locos a todos), muy probablemente no me está entendiendo. 


Así, como si estuviera cruzando de nuevo el desierto de Thar, en una sola semana, dos hindis me han regateado la carrera ¡en plena madre patria de la Gran Bretaña! (pobres desgraciados; no saben con quién se meten…) Y otro dos, me han perdido en esa mitad de la nada rodeada de pasto y vacas donde estaba mi hotel. Encima, me preguntaban en medio de aquella noche oscura al llegar a un cruce entre caminitos de tierra y vallas de madera: “and now?” Y daban ganas de contestarle, “Now es cuando te mato”, pero no maté a ninguno. Lo juro. Sonreía y les decía un simple y sin mueca: “I don’t know”.

Pero no estoy aquí para despotricar de los taxistas hindis que te pierden entre vacas, sino de uno que hizo una cosa rarísima: ¡hablarme! Y lo digo porque les cuesta mucho hablar a una mujer, extranjera, sola y además, de noche. Son demasiados ingredientes juntos y nuestras culturas pesan en lo más profundo así que, me acomodo en el asiento trasero y no digo nada para no incomodar a nadie (me consta que puedo llegar a ser un espécimen de mujer bastante incómodo en muchos lares), pero este se rio sinceramente de mí al darle la dirección del hotel, como que no le cuadrara que alguien tan aparentemente urbanita se fuera a aquel campo perdido de la mano de Dios, perteneciera a la religión que perteneciera. Me dijo que debía dormir muy tranquila y en completo silencio y le contesté con un “don’t be so sure. I’ve seen cows” y con un chiste malo como embajador del mundo, se relajó aún más y me siguió haciendo preguntas incluso después de haberme dejado sana y salva en la puerta de mi hotel. Por descontado, al principio hablamos de barcos (motivo que me traía aquí), pero ya después, de España y de India; de lugares propios y comunes. 

Me habló de unos Ashrams (lugares de retiro y meditación) muy famosos en el lado de la India de donde era originaria su familia, donde me dijo que va la gente a encontrarse a sí misma. Me preguntó si mis viajes a India habían tenido ese propósito y le contesté que no del todo; que aunque claro que visité todos los templos que se me cruzaron, yo en realidad ya me había encontrado a mí misma en casa, pero como me conocía bastante bien y sabía lo me gustaba, pues me llevaba a mí misma de viaje. Él, seguía buscándose.

Había nacido en Southampton y sus padres habían venido desde un pueblecito en el norte de Rajastán cuando India era colonia británica, para servir en el ejército. Me comentó que de tanto en tanto iba allí y le pregunté cómo era recibido.  “Como un extranjero”, me contestó inmediatamente “¿Y aquí?”, le volví a preguntar y aunque se reía volvió a repetir una respuesta muy dura: “como un extranjero”. “¡Por eso no te encuentras! Te hacen sentir de otro lugar en todas partes. No les hagas ni caso. Tú eres de donde quieras ser. Es más, quédate todo el mundo, todo el universo para ti”.


Me pidió mi nombre y estos británicos y estos hindis se vuelven locos con este nombre tan “retorcido” mío: Pilar y empiezan a decir algo que suena mucho más a almohada; “pillow” y les explico vocalizando con la boca llena de dientes: “No, no, es Pilar; Pi-laaar” y luego tiro de un recurso muy fácil que es explicarles que es la misma palabra que el pilar que sostiene los edificios, igual en ambos idiomas e incluso a veces, para rematar, como les parece tronchante que reciba el mismo nombre que una pieza elemental de arquitectura, les cuento que el nombre se debe a que la Virgen María se apareció encima de un pilar y se tronchan y el taxista en cuestión, al que le hizo mucha gracia mi nombre me preguntó si era el pilar de mi familia y mis amigos. Le devolví la pregunta y me dijo de nuevo que no lo sabía. Este hombre en medio de la campiña estaba, como sus compatriotas, perdido, pero al menos él estaba fantásticamente perdido. Qué suerte.

Hemos quedado en vernos, en esta u otra vida, en las playas de Ibiza o las de Goa que son lugares tan buenos como cualquier otro para encontrarse a uno mismo.

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4 comentarios:

  1. Me los mandas para Zaragoza y yo les enseño la basílica esa que tenéis a medias la Virgen y tú. Así se darán cuenta de que no tienes un nombre cualquiera.
    Besos.

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    1. ¡Y lo que te ríes cuando cuentas en voz alta todas esas "obviedades" con las que hemos crecido! Sólo me faltaba explicarles a estos personajes de las mandíbulas desencajadas y los ojos desorbitados que pueden comprobarlo por sí mismos en una Basílica. Es más, como les sacara una imagen de cualquiera de nuestros santos con cara de sufridores, me sacaban del taxi por pirada. Con los rechonchos y sonrientes que son sus ídolos...

      ¡Besos, guapetón!

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  2. Que sensación más extraña sentirse perdido por no pertenecer a ninguna parte, tu consejo fue el mejor, que considere suyo el universo.
    Besos guapa

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    1. Sí, pero, a veces es tan fácil llegar de fuera, echar un simple vistazo y encontrar una perspectiva que la rutina y la costumbre no te dejan ver. ¡Por eso hemos de viajar mucho! Y mientras no podamos, subir a una silla, escondernos debajo de la cama, colgarnos de un semáforo, saltar, saltar, saltar... pero, la perspectiva hay que cambiarla SIEMPRE.

      Kisses from everywhere

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