08 noviembre, 2013

mi flight está delayed (otra vez)

retraso delayed
Londres, aeropuerto de Gatwick y con un recién anunciado retraso, para más inri, por algún tipo de avería del avión. Eso da siempre un poco de yuyu, ¿verdad? ¿Cuál será la manera diplomática de decir “avería del avión” sin transmitir que el avión, ése que nos va a separar a kilómetros de tierra firme, tiene una avería? Y hablando de averías, desvarío...

Desde los grandes ventanales veo un cielo cubierto de gris al que esperaba dejar ya atrás y cambiarlo por el precioso celeste de Palma. Ja vorem…

Mañana es el cumpleaños de Óscar, 20 añitos, y tengo ganas de achucharle durante un par de días. También, claro que sí, ganas de achuchar a Mario, de hacer manitas con él en la oscuridad de una sala de cine. Hace un par de semanas fue él quien cumplió años. Mi hijo pequeño ya tiene 17 que es lo mismo que decir que ya no tengo hijos pequeños. Me ha escrito esta mañana un “viajera, ¿cuándo vienes?” Acabo de contestarle que mi flight está delayed. 

Mi propio cumpleaños, hace un mes, lo pasé hundida en trabajo en Ibiza. Estaba en la cúspide de un proyecto fantástico, que salió genial, pero me tenía agotada y absorbida y no me permitió verlos más que en dos ocasiones en que fui sólo porque coincidió que tenía reuniones de trabajo en Palma y los vi de pasada, casi casi, de reojo… Así, dos bultos que reconozco a lo lejos por cómo se peina el uno, no se peina el otro y sobre todo, sobre todo... por lo bien que huelen. 

Tan abducida estaba en trabajo que ni siquiera tenía tiempo para planificar cuándo estaríamos todos juntos en un sofá. Esas pequeñas luces en horizonte que me permiten pasar por la vida sonriendo pase lo que pase alrededor. Pero un whatsapp de Mario me llegaba entonces “viajera, ¿cuándo vienes?” y esa pregunta de siempre, significaba en esta ocasión que esperaba que pasáramos mi cumpleaños juntos y de verdad que no podía, pero le prometía intentarlo, aunque fuera sólo para comer o cenar juntos, para hacer manitas en un cine porque se nos iban acumulando las pelis que ver compartiendo palomitas. Un “algo”, que nos calmara a todos. “Viajera, ¿cuándo vienes?”, me preguntó una vez más el día antes y ya le contesté que no, le dije que los vuelos estaban más caros que el copón y encima ¡no hay vuelos! Que sería llegar a las once de la noche a casa y levantarme a las 6 de la mañana para marcharme y me respondió con un “jo, te iba a hacer un bizcocho” que me llenó de lágrimas y me sentí, como otras veces antes, lejos. Lejos de lo que de verdad importa. Así que no dije nada más y abrí el ordenador para reservar un vuelo y punto final. Cenar con ellos muy tarde o desayunar muy temprano, pero, entremedias, se me encendió una luz mucho mayor que la de la pantalla de mi vaio y en poco más de diez minutos le llamé con una propuesta: “¿prefieres que me gaste 120€ en ir mañana un rato o… compre 3 pasajes a Venecia por 90?” y como me quiere, pero por encima de todo… es un tipo muy listo, le faltó tiempo para contestarme: “¡no vengas!” Y así, pasé sola mi cumpleaños, trabajando y trabajando mucho, más lo que un ser humano, e incluso un grupo de varios seres humanos no debería soportar, pero luego, tan solo una semana después, nos íbamos todos a Venecia.

Creo que ese viaje será una historia que os cuente después. Afortunadamente, un muchachito de color sonrosado y aspecto insulso acaba de anunciar que empieza el embarque de mi vuelo y tengo una cita con 2 hombres, cada vez más mayores, que me esperan en casa.


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