13 noviembre, 2013

Venecia contigo y contigo

Venecia contigo y contigo

Resulta que sí estoy en venta, ¿qué no? Tres billetes por noventa euros fueron suficientes para reconciliarme muy temporalmente con Ryanair porque a una le gusta viajar, pero es pobre y madre de familia numerosa. Este viaje a Venecia era una especie de segunda parte. Era como las trilogías de vampiros, o de Sombras de Grey, pero en viaje romántico-familiar. 

He intentando siempre que mis hijos sientan que su opinión cuenta, transmitirles la ficción de que las decisiones importantes se toman entre todos, pero quedaba claro que no cuando Óscar proponía irnos todos juntos de viaje a ver la Fórmula 1 en Mónaco o en Brasil y nadie votaba sus propuestas y en cambio Mario hacía esas inteligentes sugerencias de ir a descubrir la arquitectura de Gaudí a Barcelona o ir a ver el Coliseo romano y me arremangaba yo y me iba a la búsqueda de billetes. 
No tengo un hijo favorito, qué va, que como reza el dicho, cualquiera de todos ellos me duelen como martillazos en cualesquiera de mis dedos pero sí, soy más afín a los gustos de ocio del otro, que del uno y hoy por hoy, soy quien subvenciona los viajes de modo que fuimos a Roma hace algunos años y Mario desde entonces atacaba con su "mamá, tenemos que ir a Venecia", "mamá, que han dicho por la tele que Venecia se hunde, tenemos que ir", "mamá, que se va a acabar Venecia" (a qué mala hora les enseñé a hablar) y claro, la crisis ésa de la que habéis oído hablar hizo que lo que antes podíamos hacer de tanto en tanto, se reservara para las ocasiones muy especiales y la única humilde subvencionadora de los viajes no viera nunca la ocasión de asumir este capricho en concreto y ahí, aparece Ryanair, la misma que vuela sin combustible y aterriza de emergencia, con una oferta tan, pero tan tentadora, que hizo que esos riesgos me parecieran mínimos.


Como ya detallé en el post anterior, servidora estaba tan enfrascada en trabajo que no tenía tiempo ni de pensar, pero, el día antes tuve ocasión de hacer dos grandes e imprescindibles cosas: sacar mi coche del retén y pagar los doscientos euros de multa (pero estaba tan positiva que ni insulte a los señores policía ni nada, cachis en la mar, ¡me iba a Venecia!) y de comprar una rápida guía de qué hacer en Venecia para aprovechar la semana al máximo y ya desde entonces iba compartiendo generosamente con mis cachorros todos mis descubrimientos: "ey, que hay que llevar botas de agua porque resulta que la Plaza San Marcos está inundada", "Mario, Mario, que resulta que no se hunde Venecia, sino que es que sufren un fenómeno meteorológico que se llama acqua alta" y tan en serio me pareció el asunto que incluso los planté en Decathlon, delante de una estantería de botas de agua y las miraban, se miraban entre ellos, me miraban ambos a mí y dijeron de forma sincrónica: "ni de broma nos ponemos botas de agua" (a qué mala hora les enseñé a hablar) y aunque podría haberles chantajeado tranquilamente, que cuando una paga los tiene más que pillados, pero ¡era tan bonito verlos de acuerdo por una puñetera vez en la vida! Que casi con lágrimas en los ojos les dije que "bueno, vale, pero cuando se os arruinen vuestras zapatillas superfashion, no me lloréis." 

Y durante el vuelo en aquel avión "amarilloRyanair", iba enfrascada en mi interesante lectura e iba despertando a codazos al uno y al otro para comentarles cosas interesantísimas como "que aquí pone que está prohibido darles de comer a las palomas, que te multan", "hala, no os lo vais a creer, pone que el problema de las palomas es tan serio que cada año hay algún herido por chocar con una paloma en pleno vuelo" y ellos, ingratos hasta la médula, me devolvían solo un gesto de "que sí, que sí, despiértanos cuando lleguemos."

Lo pasamos genial. El tiempo dio para recorrer Venecia a lo largo y ancho por calles y canales; caminar y además verla desde la perspectiva de los diferentes Vaporetto e incluso, conocer otras islas. Mario y yo dedicamos muchas horas a visitar Palazzos y exposiciones simplemente maravillosas y volver a sentir esa sensación de trasladarte en el tiempo. Visitamos el barrio judío y le contaba todas aquellas historias que Jesús me contara a mí en Brooklyn. Jugábamos a desperdernos por entre todas aquellas callejuelas enroscadas como nudos de corbata que lo mismo te llevan a pequeños tesoro en forma de puentes, que desembocan como el agua, al Gran Canal como, se ríen en tu cara devolviéndote una y otra vez al mismo lugar. Buscamos durante aquellos días las máscaras perfectas para cada uno ¡y las encontramos! Si el plan era visitar el teatro, exposiciones o iglesias, Óscar pasaba literalmente y se apuntaba a los planes de después: a los de la pasta y pizza y nos preguntaba sin demasiado interés entre bocados de mozarella qué habíamos visto. Cuando le conté que habíamos visitado obras de Leonardo da Vinci, no sé porqué empecé a llorar absolutamente emocionada y no pude parar. De hecho, las lágrimas me brotaban ya frente a los cuadros, pero fui capaz de reabsorberlas, pero ¡a saber! Quizá por la luz de la luna veneciana, o la segunda copa de chianti en compañía de esos hombres tan atractivos, pero acababa de regalarle nuevos motivos para reírse de mí lo que quedara de viaje. En realidad, no vayáis a pensar que necesitaba argumentos nuevos para burlarse de mí, qué va, porque ya le había ido dando suficientes. Cada vez que salíamos del hotel o nos topábamos con un charco me gritaba: "¡corre, mamá, corre, ponte tus botas de agua que ahí está el acqua alta!" o cada vez que veíamos a lo lejos un pajarraco cualquiera, se ponía a gritar señalándolo "¡cuidado, mamá, cuidado, que te ataca una paloma!" y yo hacía lo que tenía que hacer: soltarle una colleja mientras pensaba para mí "a qué mala hora le enseñé a hablar."


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6 comentarios:

  1. En qué buena hora te enseñamos a escribir tan bien y en qué mala aprendiste tú sola a ponernos los cuernos con el puto trabajo y no hacernos ni puñetero caso.
    Besos, guapísima.

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    1. Bueno, en realidad estoy escribiendo mucho tirando a mogollón. Lo que no hago es hacerlo en este blog que es donde debería y en comentarios en los vuestros, que vaya una mala amiga estoy hecha (con lo que os quiero).
      Más besos,

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  2. Además de suscribir el comentario de Macondo, es que a tí te va la marcha bonita. :P
    Venecia es una maravilla. Yo fui y fue todo tan perfecto que no pienso volver jamás para no romper el hechizo.
    Besazo y ¡date una vuelta por aquí de vez en cuando!

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    1. ¿Cómo? No me lo puedo creer ¡lo que has de hacer es volver deprisa! Para comprobar en tus carnes como el hechizo crece y crece.
      Un beso ENOOORMEEEE

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  3. Yo también suscribo cada palabra del comentario de Macondo y nada... que bueno y lindo leerte.
    Abrazo!!

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    1. Que bueno y lindo que me leas (y a menudo en voz alta, me apuesto un vino)
      :)

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