15 diciembre, 2011

Contadores de Historias

Contadores de Historias

Cuando escuché a mi hijo Mario siendo muy pequeño hablando con un amigo sobre cuándo empezaron a caminar y el otro le dijo, por ejemplo: “con un año” y mi hijo le contestó “pues yo no andaba. Yo era tan gordito que mi madre me llevaba por la calle rodando” pensé que quizá me estaba pasando. Le interrumpí enseguida para explicarle que aquello era una historia que siempre le había contado, pero “¿qué cómo le iba a llevar por la calle rodando, hombre?” Con lo que en un simple movimiento me eximí de culpa por mi mentira y lo taché a él de iluso a lo que él contestó con un simple “ah” y ya ignorándome continuó con su amiguito “pues entonces sí que andaba, lo que no sé es cuándo empecé a hacerlo”.


Y es que mis cachorros son así ¡preciosos! Y yo, pertenezco a una estirpe de Contadores de Historias. Debí empezar con este hábito a la par que a caminar, a la par que a hablar. Seguro que sí. Y en el camino escribía obras de teatro para el cole que después interpretábamos, cuentos, poesías, pintaba cuadros (que es otro modo de contar historias). Era lo que en estas isluchas se denomina un "cul remena” (un culo inquieto) aunque, mi madre me decía (enfadada con frecuencia) que era más rara que un perro verde. “Un perro verde -pensaba yo viendo con toda claridad una mutación de can con mi cara y toooda con el pelo verde- Mola”. Bueno, por aquel entonces no decíamos “mola”, ni todavía “guay” pero, algún equivalente supermegamolón tendríamos y yo lo utilizaba para mis adentros. 

Y así, de repente un día te levantas y tienes hijos y son ¡tantas horas juntos! A veces horas de domingo o, incluso de domingo lluvioso que, ¿qué haces con ellos? ¿Plantarlos delante de una wii? ¡No teníamos de eso! Y aunque hubiéramos tenido, seguro que nuestras vidas no habrían sido tan distintas: les enseñé a leer y a escribir ¡porque leer es tan importante! Que cuando alguien dice “no me gusta leer” no me lo creo. Simplemente no adquirió el hábito de un modo divertido y así, nosotros, leíamos cuentos todas las noches; primero yo a ellos; luego, una página cada uno. Y hay tantas formas de contar una misma historia, sobre todo a un niño; porque puedes leer palabras o, entonar las emociones exactas, añadir el ruido del viento, hacer un “¡Plas!” enorme que les cause un susto, aunque sea el mismo susto exacto cada noche. Y así, de repente un día te levantas y tienes hijos y resulta que vuestra propia vida es un cuento. “Mamá, mamá, cuéntanos cuando nací.”, “Cuéntanos cuando estaba en tu barriga, ¿qué te decía?” y se lo cuentas. Y les cuentas lo que sucedió incluso antes y también la historia de porqué tienen esas orejas o esa nariz.

Una vez, en nuestra diminuta cocina (he visto cajas de cerillas más grandes que aquella cocina) que era, sin embargo tan apañada que logré ponerle una barra que hacía las veces de mesa contra la pared, y allí comíamos en fila toda mi colección de hijos y yo, y era tan práctica que, con rodar yo sobre la silla (no hacía falta girarla ni nada) hubiera podido fregar los platos, cocinar y sacar la lavadora, todo a la vez. Pues bien, había una vez en que nos faltaba una cuchara para el yogur y yo dije algo del tipo “tranquilos, chicos, que ya me encargo yo”, y en un simple giro ya tenía el cajón abierto y la cuchara en la mesa. Décimas de segundo que dieron sin embargo tiempo a que mi mente calenturienta despegara del suelo y la historia siguió tal que así: 

   Yo (gimoteando): Snif, snif 

   Ellos (preocupados): ¿Qué pasa, mamá? 

   Yo: Nada, nada. Snif, snif... Es igual.

   -Cuéntanos, ¿qué pasa? 

  -Si no es por nosotros... Es por la abuela. 

   -¿La abuela? –la abuela es mayor, preocupación en aumento- ¿Qué le pasa a la abuela? 

   -Es que... –casi llorando- ella tiene una cocina TAN grande... 

   -¿Y? ¿Qué tiene de malo tener una cocina tan grande? 

   -Pues eso, que nosotros somos TAN afortunados. Mirad, con solo girarnos tenemos una cuchara para el yogur pero en cambio ella... ¡con esa cocina...! 

   -¿No comen yogur en casa de la abuela? 

   -Sí, sí... claro que comen yogur en casa de la abuela. Lo malo es como olviden una cuchara de yogur al poner la mesa... 

   -¿Por qué? ¿Por qué?! 

Y ya ahí, viéndoles totalmente en mis manos, la historia fue creciendo sola. 


   -La cocina de la abuela es TAN grande que cuando se olvidan una cuchara se juegan a los chinos quién va a ir a buscarla. La cocina de la abuela es TAN grande que cuando por fin deciden quién va a ir, se despiden todos porque no saben cuándo volverán a verlo. La cocina de la abuela es TAN grande, que cuando ese alguien por fin se va, le piden que escriba cuando llegue al mueble de las cucharas, para saber que ha llegado bien. Una vez mandaron al tío Víctor y se hizo un mapa pero aún así se perdió y cuando por fin volvió ya no le reconocían... 

Y ahí hubiera seguido y seguido pero alguno tenía ya lágrimas en los ojos y dijo: 

   -Qué suerte tenemos nosotros pero ¡Pobre abuela!

¿Creéis que sólo tenía víctimas de menos de diez años? No, no, no. Os pondré otro ejemplo. Allá por los 90, organizando fiestas para un hotel en Ibiza (impresionante, ¡hay quien paga por hacer lo que te da la gana!), se me ocurrió hacer una fiesta de Navidad. Lo curioso del asunto era que estábamos en agosto y tras convencer al director de que "convenciera" a todos los departamentos a participar en mi locura, iban todos los empleados con gorros y bufandas mientras yo paseaba con traje de esquí y esquís y todo (al borde de la lipotimia...). Árboles de Navidad, decoración navideña y los carteles anunciando que Papa Noel nos visitaría por la noche hicieron el resto. Mirad si estaba bien montado (o si son inocentes algunos guiris) que, una señora con bastante buen aspecto me dijo toda sorprendida que ella “siempre había pensado que en España celebrábamos la Navidad como en el resto del mundo: en diciembre”. 

Y mis hijos que ya se afeitan, aún me siguen pidiendo que les cuente historias. Aún me siguen preguntando y yo les contesto porque de los pocos consejos que me atrevería a dar en esto de la maternidad es que les leas cuentos y, que les contestes todas todas las preguntas porque, el día que dejas de contestar, buscan en otro sitio las respuestas. ¡No, en Wikipedia no! En la calle, entre sus amigos (con el susto que causan algunos amigos) y en el camino, también mis propios amigos, especialmente cuando hay crisis de por medio; cuando alguno está de bajón, me dicen “Cuéntanos algo, anda” o, me preguntan cualquier cosa (ganando en absurdo a algunas preguntas de los menores de diez años) o, en su versión moderna “anda, escribe un post sobre... lo que sea” ¡y claro que lo hago! Porque como total; que sea o no verdad del todo no les importa en absoluto... Que no es que todas esas historias que cuento sean verdad al cien por cien pero al cien por cien, seguro... tampoco son mentira, (¡cómo iban a ser mentira!) ¡Es que es algo tan relativo como la distancia de una mesa a un mueble de cocina! Tampoco es que sean la respuesta a tus dudas (¡cómo iban a ser respuestas!), sino que si las cuentas con cariño y humor, tú mismo, puedes, a lo mejor, quizá... encontrar dentro de ti la respuesta. 

Vamos a repasar el vocabulario practicado hoy:

Verdad; Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. También propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna ¡Anda ya, eso es la definición de plástico! 

Mentira; Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa. Una curiosidad: También se denomina mentira al chasquido que producen las coyunturas de los dedos al estirarlos. 

Cuento; Relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención. 

Historia; Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados. Narración inventada. Mentira o pretexto. Pues vaya una definición... ¿Cómo puede una definición ser una cosa o la opuesta? De modo que las historias son las narraciones que son verdad o las que son mentira. Bah.

Anécdota; Relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento. 

Respuesta; Satisfacción a una pregunta, duda o dificultad.



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