29 noviembre, 2011

colores de invierno

No debería dejar que pasen tantos días sin escribir. Se me acumulan las historias y mi cabeza es un chorro de anécdotas viajando de lado a lado. ¡Se están contando solas! Eso hacen si no les abro la puerta donde otros puedan leerlas; me toca escucharme a mí una y otra vez. Arranca todo con cualquier cosa que veo por ahí, en la calle, provocando, diciendo “cuéntame”. No en el sentido de “un, dos, tres, cuatro...” ¡Ojalá fuera tan fácil! Sino en el de “cuenta mi historia” y claro, como que es mucho más fuerte que yo, que soy de brazos largos y naturaleza flojucha... pues acabo contándolo. Y es lo mejor que puedo hacer.

Pasado este prólogo pseudoabsurdo, voy con una nueva anécdota del Caribe; otra preciosa perla de reflexión en formato de historia. 

Algo sé de protocolo, de imagen y hasta de elegancia. Algo he aprendido en todos estos años y no es tan rígido como mucha gente cree. Qué va. Hay una tremenda manga ancha, por ejemplo, en el vestir, que es de lo que versan estos párrafos. Yo siempre estoy "ahí ahí", dentro de los límites, pero bastante cerca de la informalidad; del vaquero y la camiseta negra y hasta del ir descalza, pero cuando hay que llevar zapatos, incluso de tacón de aguja, me los calzo como nadie (excepto en aquella terrible ocasión, bueno, y algún par más que ya os contaré) y en República Dominicana guardaba las formas de la elegancia todo lo que podía e iba cómoda da igual el imprevisto protocolario que me tocara cumplir y era una lucha transmitir un poco de aquel concepto a aquellas mujeres que iban haciendo dobladillo del dobladillo del dobladillo de la falda de uniforme no para dejarla un palmo por encima de la rodilla sino, un palmo por debajo de la cintura. Un horror a los ojos, creedme, porque no importa que hubieran tenido piernas de tenista (que no las tenían), acaban saliendo pliegues por todas partes y los movimientos, o están totalmente restringidos o acaban soltando a la luz bragas de algodón con estampados que deberían permanecer a oscuras incluso a solas con ellas mismas. 

Yo intentaba defender argumentos de elegancia y claro, también de sensualidad, porque a eso sí atenderían ya que era lo que ellas buscaban potenciar. Les decía que la sensualidad debía ser algo así como proporcional al deseo provocado en un hombre de destapar el envoltorio ¡y no dejaban envoltorio por destapar! De modo que en aquel mar de piernas trémulas que empezaban en las ingles, yo era una isla de pantalones largos, faldas por debajo de la rodilla e incluso de hombros cubiertos (porque chicas, esas colecciones de tirantes de camisetas y sujetadores, ya os daréis cuenta viendo vuestras fotos dentro de quince años: son otro horror). 

Sin embargo y para la sorpresa de mis compañeras, a pesar de mis recatados conjuntos, tenía bastante éxito entre los machos de la especie, incluyendo los locales y me regalaban ramos de flores ¡con lo preciosos que son los ramos allí! Con tarjetitas de admiración o alguna invitación y ellas, entonces, comentaban: “Es que va Usted siempre tan elegante” y yo sonreía y esnifaba mis flores recién regaladas hasta quedarme con la puntita de la nariz llena de polen. 

En una ocasión (no recuerdo bien qué llevaba puesto pero, solo llevé una maleta de ropa desde el viejo mundo y tantas, tantas combinaciones no hacía y además, soy bastante monocromática y monozapática entre otros monos que me atacan de tanto en tanto), las mujeres estaban entusiasmadas y me decían: “Es que va Usted siempre tan elegante” y yo agradecí y sonreí sin esnifar ni oler nada y ellas, erre que erre: “En serio. Es que Usted va siempre tan elegante” y supe que ése era el momento... ahí estaban ellas con la sensibilidad abierta de par en par y podría volver a introducir todas mis teorías sobre la elegancia aplicada al puesto de trabajo, pero... torpe de mí, arranqué con la frase equivocada: 

   -Gracias. Son colores un poco de invierno, pero gracias. 

Ahí sí me prestaron atención. Yo misma fui consciente de que había lanzado una bomba de relojería. 

   -¿Colores de invierno? ¿Qué son colores de invierno? 

Torpe, torpe ¡Qué yo he estudiado Dibujo y Pintura! Bien podría entonces haberles dado una charla sobre gamas de colores, pero no. Titubeaba, consciente totalmente de que me estaba metiendo en la boca del lobo: 

   -Pues, colores oscuros... el negro, el gris... Y en verano se llevan colores claros, como el blanco o el crema. 

   -¿Entonces en verano solo visten de blanco?- Preguntó el público al unísono y yo continué ya sin remedio metiendo la pata hasta el fondo. 

   -Bueno, no solo de blanco. También se llevan otros colores; por ejemplo un verano se lleva el celeste, el amarillo y entonces el año que viene ya no se lleva y se lleva el rosa o el naranja y en invierno, además del negro se lleva el marrón y al año siguiente se lleva, por ejemplo, el verde oscuro. 

Ya ni preguntaban. Aquellas mujeres de las dos estaciones del año: la del calor y la del mucho calor, tenían la mandíbula desencajada del estupor y los ojos abiertos como platos, algunos globos oculares con riesgo grave de caída y por eso, temblé cuando una de ellas al fin preguntó: 

   -Entonces... En España, ¿se compran ropa dos veces al año? 

¿Y qué iba a hacer en ese punto? ¿Mentir? 

   -En realidad cuatro. –Pausa para tragar saliba- Compramos al principio de cada temporada y después cuando termina, compras la misma ropa rebajada porque el año que viene se llevará otra distinta. 

Y aunque asintieron todas a la vez, sé que ninguna pudo entenderlo, porque de hecho yo, que era la que había pronunciado todas aquellas palabras y la que venía de esta acomodada sociedad occidental de los armarios de seis puertas, de los muebles interminables de cajones y del sueño de los vestidores, no pude en aquel momento entenderlo tampoco y me sentí en cambio, profundamente ridícula y les dije. 

   -La moda es así y nosotros... -Pausa para hacer acopio de dignidad- así de tontos.

colores de Invierno 2011 según hoymoda.com













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