08 noviembre, 2011

¿son tontos los españoles?

Resort Punta Cana
Hoy tengo ganas de una de esas entretenidas batallitas mías de viajes. Tranquilas chicas, que termina con “mensaje”; tranquilos, chicos: lo entenderéis, lo entenderéis... 

La primera vez que llegué a aquel maravilloso Resort de Punta Cana, caí enamorada. Por fin entendí aquella palabra tan usada en el marketing turístico: Lobby ¡y cielos, qué lobby! Recepción inmensa a la derecha que vaya que daba la bienvenida. Todos aquellos conjuntos de sofás y sillones que te daban ganas de sentarte en todos, la larga barra de bar que serpenteaba llena de cócteles insinuantes y una orquesta tocando en un rincón de modo que los inmensos ventiladores del techo repartían notas a la par que aire fresco y, en el fondo, con la inmensidad de la vegetación de Bávaro detrás, aquella butaca de Emmanuelle con una elegante mesa de mimbre. 

-¿Quién se sienta ahí? –Pregunté extasiada, imaginándome la colección de placeres que debían acompañar a estar sentada en un trono así. 

-Es la mesa de la Relaciones Públicas. 

Mirad si funciona aquello de la visualización cuando te pones, que en poco más de una semana me estaban entrevistando para el cargo. No, malpensados, no, ¡por supuesto que no tuve nada que ver en la desaparición de la antigua Relaciones Públicas! Ni siquiera la llegué a conocer... 
Hasta aquí un prólogo necesario. Bueno, vaaale, quizá también con un pequeño afán de presumir. Pero ahora, ya, llega la historia: 

Cuando viajas desarrollas muchos instintos; quizá el más valioso sea el de reconocer compatriotas donde quiera que vas. Spain is different, que no lo dude nadie y así puedes descubrir que ese grupito de ahí son españoles. Con el tiempo y las tablas hasta puedes apostar que probablemente incluso sean valencianos, y además además, aquel bajito del centro es la primera vez que sale de su casa. Y desde mi trono controlaba el Lobby entero, a veces con un vaso de agua de coco, o de Morir Soñando en la mano regalo de alguno de los simpáticos camareros locales y veía llegar a los americanos, australianos, alemanes, españoles... Unos de mis españoles favoritos eran los recién casados: cargados de maletas inmensas ellas (para una semana entre playas y piscinas); con camisetas del Real Madrid y gafas fashion ellos, dispuestos a gozar (a lo largo y ancho) de una merecida luna de miel. 

Recién llegados no, pero al día siguiente sí se acercarían a saludar, a preguntarme cualquier cosa y yo les regalaría algunos de mis sabios consejos para aprovechar aún más su estancia en El Paraíso. Un par de días más y se irían soltando y al final, uno de los dos, sobre todo cuando pasarán el ecuador de su semana y vieran acercarse el momento de volver a sus rutinas me preguntaría con cierta envidia: 

-¿Y de verdad vives aquí? 

Yo, más ancha que pa’qué y con una elegante postura desde aquella butaca asentiría y quizá hasta añadiría una puntilla: 

-Todo el año. 

A mi hora de descanso (bueno, vaaale... es un decir: aquello, cansar, no cansaba) me marchaba a la serpenteante barra a tomar un té y claro, también él (el compatriota recién casado en cuestión) solía aprovechar para dejar a la hembra de la especie dándose vuelta y vuelta en la piscina y acercarse a descansar también de “aquello” y hasta de los cócteles con sombrillita y tomar un café. En ese punto se acercaba otro de mis diálogos favoritos: 

CLIENTE (español)- Camarero, póngame un cortado. 

CAMARERO (dominicano, mirando con cara de no comprender)- ¿Un café? 

CLIENTE (subiendo el tono de voz)- ¡Un cortado! 

CAMARERO (igual de tranquilo que antes)- ¿Un café? 

Y viendo que mi té se retrasaría si no intervenía, traducía a ambas partes: 

-¿Le pondrá un café negro con un chín de leche fría, por favor? 

Y mi compatriota me miraría con cara de agotamiento y me diría: 

-¿Y de verdad vives aquí? -Cansado sólo de imaginar esa lucha diaria, ¡infinita! Por cada café- ¿Puedo hacerte una pregunta? 

-Claro. 

-¿No te parece que los dominicanos son tontos? 

Y claro, es una pregunta trampa porque el interrogador la formula molesto y eso lo incapacita para entender que simplemente tienen distintas formas de expresarse aunque compartan un mismo idioma. 

Se bebía el café con gesto de triunfo y volvía a untar cremita a su novia en la piscina, pero una vez fue el camarero el que se me acercó con avidez en cuanto perdimos de vista al cliente de turno y me dijo: 

-Señorita Pilar ¿Le puedo hacer una pregunta? 

-Claro. –Contesté yo. 

-¿No le parece que los españoles son tontos? ¡No, Usted, no! Me estoy refiriendo a los hombres en España. 

-¿Y eso? –Le pregunté yo esperando todos unos argumentos diametralmente opuestos, del tipo que “no saben pedir café, ni leche y hablan alto en vez de claro” pero no, nada de aquello salió de su boca sino toda la sabiduría que el mundo encierra. 

-Es que, me han contado... –Dudó tímidamente- Que los domingos prefieren el fútbol a estar con una mujer, ¿es eso cierto, Señorita Pilar? 

Y casi grité cuando le dije que sí, que sí, que era muy cierto. No me contestó, se alejó secando una copa sonriendo y moviendo la cabeza con un gesto que hablaba por sí sólo. 

El Partido de Fútbol, Rita Pavone

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