30 agosto, 2012

la Playa del del Rabo

la Playa del del Rabo

En mi vagar por las playas de Ibiza buscando redescubrirlas se acumulan las sorpresas y las anécdotas. Una de las últimas ha sido la Playa del del Rabo. Bueno, vale… no se llama así, pero la hemos rebautizado merecidamente porque total, nos veremos incapaces de recordarla por cualquier otra cosa más significativa que el rabo que allí había. Os cuento:


Mi prima y yo, prácticamente iguales como 2 gotas de agua, con la que me llevo tan solo 20 días y a la que le estoy ocupando la casa abusando de su generosidad y sólo a cambio de que le cuente historias que la hagan reír, es muy dada a eso de las playas. Yo también, pero comparada con ella, en absoluto. Si es que a mí la playa me gusta, pero en otros meses o a otras horas. Para mí, una tarde de agosto con 40 grados a la sombra no hay mejor plan que una siesta en mi cuarto, en mi camita; ella, iría todas esas tardes a la playa si pudiera, se tumbaría al solazo y se dormiría y yo no sólo no soy capaz por mí misma, que me mareo que me muero, sino porque en el fondo y tras tantos años, la quiero y me preocupa que se derrita como una medusa al sol. Ella es una reencarnación de una lagartija, seguro y yo, creo que he sido madre de alguien en todas mis anteriores vidas. 

La cuestión es que Pi me dice así, recién comidas que se va a la playa, que si la acompaño y os juro que yo quiero decir NO, quiero decirle que está loca, que le den… algo sensato, pero me descubro diciéndole que sí de modo que agarro mis gafas y mis patos (desde que he hecho los cursos de buceo soy Jacques Cousteau explorando los fondos marinos) y ella, mucho más lista, una cervecita y en un pis pas estamos en la Playa del del Rabo que en aquel momento recibía otro nombre. Nos alejamos de la pequeña zona saturada de hamacas y toallas, del chiringuito chill out que se han calzado donde antes debían dar pescadito frito y al fondo, fondo, plantamos nuestras toallas en un pequeño recoveco repleto de algas, junto otra toalla solita. Tal cual nos sentamos frente al mar comentando en voz alta eso de qué bien vivimos y tal y tal, apareció él: El Rabo, cual sirena saliendo del agua junto a la que debía ser su novia. 

Nada que destacar al principio. El proceso normal después de un baño: asoma la cabeza, el torso, la cintura; sigue bajando el nivel del agua y ves que esté en pelotas… normal, absolutamente normal. La cosa viene cuando sigue saliendo y el nivel del agua continúa bajando en su cuerpo y el rabo, ese pedazo de rabo, no termina nunca: nunca.

Mirad si la vida quiere que escriba, que siendo grande la playa, va y resulta que su toalla era la que rozaba la mía. Claro, una ha estudiado protocolo y además, soy tirando a modosita y me giro, me doy la vuelta, luego otra y otra, pero es que el rabo se me sentó al lado, y por razones obvias a su anatomía sentado todo despatarrado. Yo lo analizaba: si es que es natural: boca arriba, con tanta piel delicada expuesta al sol, se le achicharra y, además, le queda una marca injustificada en todas las piernas. Boca abajo: imposible. Yo misma pensaba combinaciones y no hay ninguna para que todo aquello no quedara aplastado. 

Mi prima y yo hemos desarrollado tal simbiosis que ya no necesitamos hablarnos, ¿pegarnos codazos? ¿Señalar? ¿Hacer ruiditos o risitas? ¡Bah! Pero qué mal gusto… Como mucho, por aquello de no olvidar el idioma, sí que una de las dos suele decirle a la otra (indistintamente) algo del tipo: “totalmente de acuerdo” y ya ella sigue durmiendo, con la misma futilidad con que le abro una cerveza y se la dejo al lado y sin mirar la agarra y bebe: somos un gran equipo, pero retomemos el tema que os trae a todos por aquí, que es El Rabo.


Seguía yo con mi análisis: 

Punto 1: Pues si yo no es que crea en los rabos, pero haberlos haylos. A mí en un tupper sex me enseñaron un molde de Nacho Vidal y no hay color.

Punto 2: El tipo es del montón, pero del montón montón. Le digo a mi prima: “pero mírale, qué seguridad en sí mismo, en la mirada, en la postura. Sabe que tiene un don.” Aunque sea un don ligeramente privado (aunque mucho no se puede ocultar, no se me ocurre como).

Punto 3: Le digo a mi prima: “Pi, eso no puede luchar contra la gravedad. Que no, que no lo soporta. En serio, que no puede soportarlo”. Ni se gira a mirarme. Está tumbada boca abajo y su temblor inequívoco me indica que se está riendo todo lo contenida que puede.

Punto 4: Es que míralo. No ha ido al gimnasio en la vida, pero claro –recapacito- ¿y para qué? 
  •      Punto 4.1: No lo necesita en absoluto: su valor añadido es otro. 
  •      Punto 4.2: Es competencia desleal para el resto.
  •      Punto 4.3: Es que como vaya, capaz de que le apaliceen. Le digo a mi prima: “Como vaya a las     duchas de un gimnasio, fijo que le roban las toallas, las zapatillas... A este le hacen la vida imposible”. Mi prima se ríe más.

Punto 5: ¿Será práctico? ¡Seguro que no! Un bolsillo del pantalón le queda a la fuerza siempre inutilizado y luego en el otro ha de acumular la cartera, el móvil… Qué va… Este lleva el móvil siempre en la mano. 

Punto 6: Pero… ¿y los calzoncillos? Trato de imaginar la postura en la que lo guarda en el calzoncillo y no, no se puede. Aquí tengo que contaros que yo tengo un trauma al respecto: “mi primera vez con un pene”. Andaba yo por los 15, 16 cuando tomaba un helado o algo en una terraza con una amiga que hacía de niñera de un canijo. En un momento dado el niño tiene pipí y me ofrezco a llevarlo. Tendría como 3 años y cuando le acerco al váter me dice que se lo tengo que sujetar yo. La verdad, me resultó algo violento, pero ahí le bajo un poco el calzoncillo y mientras miro hacia el techo, le sujeto el pito a la espera de que salga el chorrito. Acaba y me indica: “ahora me lo tienes que sacudir”. Le miro un poco incrédula y me explica el resabiondo “es para que se caigan las gotitas”. Bueno, tiene su lógica y le sacudo como creo que será más eficaz el movimiento. Le pregunto si ya y me asiente y entonces procedo a subirle el calzoncillo y me grita la criatura como si le pellizcaran “¡Así no, el pito tienes que ponérmelo para arriba!”. Manías de su padre, supongo, pero esas palabras se me quedaron grabadas y me he esforzado mucho en saber si mis propios hijos, a medida que crecían tenían una postura favorita y no; estos míos, lo dejan donde cae. Por lo menos lo hicieron en su tierna infancia.

Punto 7: Lo siento, ahora pareceré una puritana o haré quedar fatal a todos los hombres de mi vida pero esta duda existencial era obligatoria en el contexto: ¿y eso cabe? ¿Y dónde cabe? Al final, mi conclusión es que es como si fuera un vestido de cóctel largo en lentejuelas doradas y cristales de Svaroski, que lo miras en un escaparate y piensas: muy mono, pero total, luego no tengo donde ponérmelo. Y pasas tranquilamente de largo.

Punto 8: La novia: me encanta la novia. Si no es fea para nada. Es mona y además mueve su cuerpo agraciado con sabia sensualidad ¡si hasta lleva todo el chichi depilado! Pero queda totalmente eclipsada por el rabo de su novio. Si tanto hombres como mujeres la miran pero sólo con el ademán de decirle “quita, quita, que no me dejas ver”. 

Entonces pasan unas chicas y reconocen al del rabo; él se levanta y ellas hacen un esfuerzo por mirarle a los ojos. Yo también. La novia se retuerce en posturas imposibles como si fuera contorsionista, como si fuera un calendario de un taller de coches, tratando de realzar todos sus atributos al aire, pero nada: invisible para el novio y para las amiguitas de este que no piensan alejarse del magnetismo del rabo. Los 3 se van a la playa y la novia esfuerza primero más la postura imposible y después, se cae rendida mientras el rabo se remoja merecidamente con las chicas que lo envuelven en risas.  

Le digo a mi prima: “Pi, Pi, que las mujeres debemos ser solidarias entre nosotras, ¿no deberíamos girarnos y decirle simplemente: “enhorabuena”? Qué sé yo… ¡por educación!”. Mi prima ni se gira, pero se troncha. Me dan ganas de decirle “¿y para qué me traes a la playa si luego no quieres jugar conmigo?”. Como dejo de contarle cosas, se duerme. Ella es así: ante la ausencia de estímulos cae muerta en cualquier lugar, pero luego resucita con la misma facilidad. 


Agarro mis gafas y mis patos y me marcho al agua y aunque doy un rodeo muy grande, aunque esquivo mucho, reconozco que tengo miedo: no es a la profundidad del océano, a perderme, a que me pique una medusa o a que agarre un pulpo. No, me conozco y soy muy torpe y soy, como decían los payasos de la tele, capaz no: capataz de ser yo la de agarrarme sin querer a lo que no debo. Me entra la risa sola, trago agua, toso y decido salir. 

Me dice Pi “¿me he dormido?”. “Traspuesta” le contesto yo y añado: “no queda cerveza” así que recogemos y nos vamos.


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8 comentarios:

  1. Chica, yo he conocido, y además bíblicamente, dos hombres-rabo, pero ya no sé que decirte, tal y como lo cuentas parece que daba miedo.
    ¿No teníais los móviles para la foto o que?
    Besos

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    1. Como digo en el post: soy muy modosita. Además, estaba tan ocupada estando perpleja que no daba abasto. A ver si me pongo las pilas, tanto trabajo tratando de explicar algo que con una sola foto entenderíais ;)

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  2. Has estado sembrada, Pilar.
    ¿Pi es también Pilar? Seguramente lo habrás comentado en alguna otra entrada, pero no lo recuerod.
    Del rabo no comento nada. Lo has dicho tú todo.
    Besos.

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    1. Pi es el nombre de mi prima Pi, digo... Pilar, pero nadie la llama así por mucho que ella se esfuerza. En su casa es Pili y en la mía, Piluca y entre nosotras, pues es Pi. Qué raro... creo que es exactamente lo mismo que ella diría de mí si alguien le preguntara. Bah... ni caso.
      Y cuando ya se ha dicho todo, pues no hay más que añadir, ¿no? Excepto, claro, besos.

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  3. Yo estoy con Inma, pero para qué tanta técnica, tanto Smartphone y tanta leche, ¡si cuando ves un monumento no le sacas una foto! :P
    Me lo he pasado genial.
    Los rabos, pues que quieres que te diga, hace años tuve una amiga que salió con un rabo a un hombre pegado y lo dejó, porque decía que era aburrido en la cama, pero vaya usted a saber. :D
    Besazo

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    1. Los hombres rabo yo los comparo un poco con las tetas grandes en el caso de los hombres, psicologicamente atraen y dan morbo, puede incluso que exciten más, pero luego nada, lo que importa es lo que el cerebro le haga hacer al rabo y al resto del cuerpo, y ahí el tamaño no importa.

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    2. El tamaño (¿hablamos de cerebro, verdad?) importa mucho, pero sobre todo del buen uso que de él se hace y del resto, pues también, pero creo que entrando en unos límites bastante generosos. Como todo; hay que encontrar el equilibrio.

      Buf, estoy fatal... acabo de pensar en un rabo con cabeza y lo que me viene es una cebolla.

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    3. Dolega, tengo una amiga que cada vez que nos encontramos por ahí, entre copas con un vaso de tubo se pone a rememorar tiempos pasados y a sopesar, una vez más, si aquello cabía o no cabía. Esto no cabía y hasta ahí puedo leer. Me gusta dejar la imaginación al aire exactamente igual a como el rabo se balanceaba. Yo voto porque este hombre aburrido no era a juzgar por como la novia trataba de defender el puesto, pero tiene mucho, de nuevo, de imaginaciones mías.

      Besos, preciosa,

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