13 enero, 2012

todos los colores

La Bailarina, Gustav Klimt,
no se me ocurría un cuadro con más colores
Creo que la primera vez fue en Nueva York, paseando por Queens. Se me acercó un hombrecito que repartía algún tipo de propaganda y con corrección, lo acepté y le di un rápido vistazo. Ponía algo como “una tirada de tarot por 5$”. Ya ves... iba a ir yo a que me echaran las cartas al otro lado del mundo, con la de líneas 900 que anuncian en las madrugadas de televisión así que sonreí al hombrecito y le contesté con un simple: “No, thankyou, I think that I don't speak english enough”, o algo por el estilo, que era una forma cortés de decir “paso”, pero no coló... Me tomó de la mano y me dijo que no sería un problema; que le entendería, que le entendería...
Pero entonces, al tocarme, ¡ay! Puso “ese gesto”, tal que si le hubiera dado un calambre al contacto de su polo con el mío. Abrió más sus ojos mientras tiraba de mí por una oscura escalinata hacia algún piso de Queens y dijo:

-Eres TAN hermosa -con gesto de que lo fuera mucho muchísimo y después añadió- Tienes todos los colores dentro de ti. 

No sé si vosotros tenéis algún tipo de respuesta estandard para estas situaciones: las friki-raras. Yo sí, la tengo. Al igual que para las propuestas dispares digo “Mola”, o para cuando paso de algo en Nueva York digo “No, thankyou, I don't speak english enough” (aunque vale, no siempre me funciona). Mi respuesta a este tipo de situaciones incalificables y desde luego, inesperadas es un gorgoteo tal que así: “Ajá” (y que pronuncio igual en castellano que en inglés). Con él transmito a mi interlocutor que no le cuestiono, que en un principio no dudo de sus palabras, que de algún extraño modo serán fruto de un análisis (dispar pero análisis) y que vale, ¿qué por qué no?

Así que este hombrecito con sólo tocarme fue consciente de que soy TAN hermosa y lo más hermoso de todo: que todos los colores están dentro de mí.

Y para que veáis que era digno de toda credibilidad, añadió:

     -Sigue escribiendo. Tus palabras van a hacer bien a tanta gente...

     -Ajá.

     -Volverás a Nueva York, por la publicación de uno de tus libros.

Esa predicción sí que me sorprendió y pensé que le alegraría saber que acertaba en alguna de ellas.

     -¡Ey, sí! -Grité entusiasmada- Estoy aquí para que me publiquen un libro.

Mi gozo en un pozo...

     -No, ahora no lo publicarás. Más adelante. Volverás.

Y bueno, hasta la fecha vamos El Hombrecito 1- Pilar 0 pero, confio en ambos. Espero impaciente su segundo vaticinio. Volveremos a Nueva York, mis historias y yo para verlas impresas sonriéndonos desde los escaparates de las librerías de Manhattan.

No fue el único que vio colores dentro de mí. No sé si a ratos me vuelvo de cristal o, que de tanto en tanto me cruzo en el camino con seres que, tal que si de mariposas se tratara; son capaces de distinguir millones de colores donde el resto vemos color carne, paliducho en general y sonrosado en las mejillas y en la punta de la nariz. 

Será, tan simple como que todas las palabras me son bienvenidas y algo en este hecho se refleja y los portadores de palabras raras no temen pronunciarlas en mi presencia. Será ¿y por qué no?

Y bueno, quizá aquel hombrecito de Queens fuera el primero pero llegaron muchos más, en muchas ciudades (de modo que descarto que hubieran podido ponerse de acuerdo), a acercarse a mí y decirme, siguiendo un impulso primitivo algo del tipo “perdona el atrevimiento pero, te reconozco; quizá de otro mundo, de un sueño, de una dimensión... y lo primero: qué hermosa estás, tal y como te recordaba... y segundo y más importante, ¿te has dado cuenta de que tienes todos los colores dentro de ti?” Y les contesto que “ajá” y entonces, a veces estos desconocidos recién cruzados en mi camino me cuentan brevemente algo de ellos o, me hacen preguntas imposibles (cómo qué es la felicidad, o el amor) y les contesto cualquier cosa con la misma soltura y descaro que ellos mostraron al hablarme y luego, a veces, me piden un abrazo y se van y ya nunca jamás los vuelvo a ver. Claro, estas cosas no siempre ocurren paseando sola por la calle de una ciudad sino que coincide con que alguien me acompaña y claro, ese alguien en cuestión me mira boquiabierto tratando de que les dé una explicación a un expediente X, pero en lugar de ello retomo la conversación anterior; la que fuera que estuviéramos manteniendo o, dependiendo de la hora, propongo un té o un vino. Cosas ambas que, como de todos es sabido y nunca nadie en ningún lugar cuestionó jamás... nos colorean todavía más.


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