09 abril, 2012

mi mundo pequeño


Forges crisis
Vivo en un mundo pequeño y soy feliz en él. No es que no sea ambiciosa ¡lo soy, y mucho! Ambiciono seguir siendo feliz. En este mundo pequeño viven mis hijos,  mi familia de aquí y de allí, mis amigos de aquí y de allí, mis vecinos, mis clientes, las personas que me cruzo en algún momento aunque luego nunca más vuelvan a aparecer en él y así... nos va bastante bien a todos. Sé que hay otros mundos; algunos estoy deseando conocerlos para incorporarlos a este pequeño y raro mundo mío, pero otros, en cambio, no los entiendo y no los quiero entender. Es por poner un ejemplo, ese otro mundo de las noticias (que también podríamos llamar malas noticias) y me produce como alergia.

En serio, sé que puede sonar exagerado, pero os juro que una exposición prolongada o una más simple un día en que esté con las defensas bajas a una serie de malas noticias, me destroza moral y físicamente. Por eso, por la mañana, nunca jamás leo el periódico o se me ocurriría poner un telediario o algún programa de “actualidad” (que también es otro modo de llamar a las malas noticias) y por el mismo motivo, muchísimo menos lo haría por la noche y a lo largo del mediodía, y solo en contados mediodías, lo raciono, lo raciono... Y cuando veo que me saturan los titulares de portada, los de las noticias de los laterales, los pies de página... cierro, apago el televisor. 

Me llaman ahora mis amigos de tanto en tanto “indignada” y no me gusta el término. No a largo plazo, pero la verdad es que hoy, ahora, en este país, o se está indignado o se está ciego y yo veo y precisamente porque veo no sé ver una noticia (mala noticia) y quedar inmune. No sé. Lloro (o no) pero no me es ajena. No me consuela que lo que sea que pase sea en Grecia ¡con lo cerca que está Grecia! Cada día que pasa un poquitito más cerca de España... No me consuela que sea a los jubilados, o a los estudiantes; si aún no estoy o si ya pasé ese rango, ¡me duele! ¡Me importan! Esos desconocidos se tornan parte de mi mundo; yo estoy en los suyos.

Y cuando está mi hijo pequeño conmigo viendo las noticias (malas noticias) siento automáticamente su mirada buscando la mía para saber cuán grave es “eso” que pasa, como si en mi cuerpo pocho hubiera un termómetro de cómo está el mundo. Mal, el mundo está mal. Y entonces mi hijo se tumba en mi regazo y me pregunta aún a sabiendas de que en mi mundo pequeño apenas se sabe de política ni de mercados bursátiles y le contesto mientras le acaricio su pelo precioso porque en ese pelo está todo lo necesario para que el mundo (que está muy mal) se salve. No penséis que mi hijo pequeño es un bebé. Tiene ya quince años y en ellos concentra (como tantos) todo lo necesario para ser un antídoto para muchos males. Conserva por un lado la inocencia, la ilusión, la capacidad de soñar en mundos nuevos (aunque sean pequeños como el nuestro) pero también tiene la madurez de reconocer lo que es justo y lo que no y cuando algo no le gusta decirlo y además: cambiarlo, y le cuesta y le duele ver que otros no lo hacen. Yo no soy de luchar pero tampoco de poner la otra mejilla. Cuando me hacen daño, me voy, pero cuando veo que es a otro al que agreden injustamente, acudo, como sé y puedo, pero acudo. Todos los habitantes de este mundo pequeño somos un equipo. Nos reímos juntos, confiamos los unos en los otros y cada vez que hace falta, nos ayudamos.

Quizá mi hijo lo ha aprendido de mí (o quizá yo de él, vaya uno a saber), pero eso hago exactamente con las noticias que me duelen: cierro el periódico, apago el televisor pero después, además, “hago algo”; puede ser hablar con él, comentar lo que está bien hecho y lo que no; cómo se ha llegado hasta esa situación, hablamos de lo que cree sobre las alternativas que nos están dando y a menudo, antes de comentar las mías, le pregunto las suyas y me sorprende tan a menudo que este hombrecito mío tenga mucha más lucidez de la que muestran nuestros gobernantes que, creedme, muchos le votaríais si le oyerais. Es más, sólo deberíamos votar a quien nos transmite esa ética que tiene él. 

Y a veces todo queda ahí, en esa conversación compartida, pero otras, no me basta y “hago algo más”. Ya podéis pensar ¡cualquier bobada...! Escribir un post, escribir notas que envío a prensa, organizar algún tipo de "pequeño evento", acercarme a quien es víctima en la noticia y dar un abrazo, ¿qué otra cosa tengo yo para dar sino palabras o abrazos, palabras y caricias en el pelo? Y cuando ya he hecho ese “poco” que era “todo lo que podía”... vuelvo a llorar (o ya no) pero ya sí, descanso.

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